Monday, January 30, 2006

SER DIFERENTE, ES NORMAL

¿Se puede ser normal siendo diferente? Tras la aparente contradicción, está el hecho puro y simple de que es “normal” que todos seamos diferentes. Porque somos individuos, principalmente, y la individualidad, según el diccionario, “es la calidad peculiar de una persona o cosa”.

Mientras que ser “normal” se refiere a lo que está apegado a las normas, ser “diferente” no necesariamente implica romper con ellas, sino que pueden ser aplicadas, ejecutadas o asimiladas en forma distinta.

Todos tenemos nuestras peculiaridades, vemos las cosas desde distintos puntos de vista, actuamos de manera distinta en ocasiones similares, respondemos en forma diferente a un mismo estímulo. Ser de la misma especie, pertenecer a un mismo grupo social, religioso o cultural, no nos impide el libre pensamiento, la convergencia o divergencia de nuestras ideas con lo planteado por el común. Somos parte de algo, pero lejos de limitarnos este hecho, nos permite enriquecerlo con nuestra propia visión.

La “normalidad” es a veces entendida como seguir haciendo lo que otros han hecho de la misma manera que ellos lo hicieron. A mi entender, eso no es “normal”, es conformismo, falta de visión o iniciativa. Por otro lado, ser diferente no es sólo romper esquemas, es también adaptarse a ellos de una manera nueva.

La diferencia no la hace quien se sale de las normas (porque de ser así, los delincuentes serían grandes creativos), sino más bien, quien vive de acuerdo a ellas sin permitir que lo limiten, sabiendo que hay mucho más allá, que innova y genera cambios continuamente. Si bien hay normas que se hicieron para ser violadas (yo me llamo Marianella, gracias a Dios), porque son las que limitan el libre ejercicio del pensamiento y la creatividad, hay otras muchas que son sencillamente para mantener el orden y evitar la anarquía, dentro de las cuales podemos vivir sanamente aun siendo diferentes.

En definitiva, en mi opinión personal, todos somos diferentes dentro de nuestra normalidad.-

14-09-2003

NORMAL II

La discusión sobre lo “normal” y las “normas” me llevó a pensar en la complicación que representa tratar de racionalizarlo todo. Racionalizar lo“irracionalizable”. El empeño en poner cotas a lo intangible. Asumir las cosas desde un único punto de vista, queriendo, sin embargo, tener la visión global. Esto es, aplicar reglas físicas a lo espiritual; querer aprisionar el alma en una caja de cristal; pretender, de manera simplista, ponerle nombre a todo, darle razón a todo, explicar el porqué de cada cosa… y al mismo tiempo, y paradójicamente, anhelar ser etéreo, bohemio, espiritual…

El absurdo tiene diferentes manifestaciones.

Para empezar por el principio. “Normal” viene de “norma” y la primera acepción de la palabra normal es, precisamente, “lo que sigue las normas”. Luego, por extensión, se entiende como normal lo común, lo corriente, lo cotidiano. Pero, por nombrar un ejemplo, es bastante común que maten a alguien para quitarle los zapatos. Pero eso en ningún modo es normal. Solemos llamar normal a lo que nos es común, pero no necesariamente es así. Normal, etimológicamente hablando, significa lo que está apegado a la norma, así que no hay confusión entre ambos términos.

Hasta ahí lo de la normalidad.

Por otro lado, la bohemia no tiene horario, ni parámetros, ni números. La lógica es una cosa y el espíritu va por otro camino, muy distinto. Entonces, a cada cosa es bueno darle el tratamiento que requiere. Así como no pintamos un carro con pintura de caucho, porque no es el tratamiento adecuado, así tampoco podemos aplicarle al espíritu reglas prácticas.

Ser espiritual de tres a siete y racional de ocho a nueve, es restarle pureza a esa primera condición, es coartar la libertad del pensamiento, es escribir poesía en forma de ecuación…

Es como decir “no puedo hacer un viaje astral, porque no tengo real para el pasaje”.

Decir que la creatividad es simple, llana, escueta y vulgarmente “una manera distinta de resolver problemas”, es decir que Cezanne hacía graciosos cubitos, que Beethoven tocaba bonito, que Mozart hizo “cancioncitas lindas”, que a Shakespeare le rimaban los versitos, que Da Vinci si inventaba vainas… O sea, es minimizar la grandeza, vulgarizar la genialidad…

La espiritualidad, la bohemia, la… como se llame… (he ahí una muestra más de lo irracional que ha de ser: ni siquiera tiene un nombre específico) va mucho más allá de la simple y llana razón. Pretender entenderla, corregirla, esquematizarla, reprimirla, analizarla, contextualizarla, es fracasar antes de empezar, porque estaría corrompiendo su naturaleza, desvirtuándola, y al ponerle un nombre o tipificarla o catalogarla, ya no sería lo que es. Habría dejado de ser poesía para convertirse en matemática, habría dejado de ser arte para ser artefacto, habría dejado de ser sublime, para convertirse en un concepto más, trajinado y aporreado por la “ignorancia del conocimiento” o por la “grandeza de la pequeñez”.

Así, apliquémosle la lógica a lo cuantitativo y dejemos el espíritu en libertad. Que de eso vive.

15-09-2003

Sunday, January 29, 2006

TRISTÍSIMA

Corría el mes de noviembre y yo no lo podía alcanzar. Una de esas tardes cayó la noche repentinamente y aplastó a unos carros que iban pasando. Afortunadamente, yo ya había huido de ahí, presintiendo la tragedia. Me había refugiado en el bar, el mismo de siempre, el de todas las noches, donde todas las noches me desdoblaba (es incomodísimo andar doblado) y envolvía a los presentes con mi voz sensualísima, ronquísima, producto de una amigdalitis mal curada. Todos me admiran cuando salgo a cantar, embebidos y en bebidas les hago soñar con este cuerpo que desean, que quieren poseer a toda costa. Pero la costa está lejos y no tengo carro. Soy sólo una triste figura de la noche.
Mientras trago el trago que me traguieron, paseo la mirada por el lugar… por el lugar por el que se me cayó un billete de 20 que aún no logro hallar. Allar fuera comienza a llover y comienzo yo a ver que ésta es otra triste noche en la que volveré a ser objeto del deseo, centro de las miradas… pero sólo mientras dure mi canción. Cuando sea el último toque, no habrá quien me toque. Y me sumergiré en la noche nuevamente, como un ser anónimo, antónimo y sinónimo. Cabizbájimo. Tristónimo. Solitariónimo. Y en la calle, tal vez me calle… o me coma un perro caliente. Soy sólo una triste figura de la noche.
Con el correr de las horas (y yo tras ellas), el bar se convierte en un hervidero donde todos somos ollas de presión. Sin pito. Nadie avisa cuando va a estallar. Estoy ansiosa por empezar mi número (el 69). Quiero subir al escenario y, al cautivar a todos estos infelices, sabré una vez más cuán infeliz soy yo. Y arrugaré sus corazones con mi canto melancólico, y ellos chillarán en celo, creyéndome fatal. Mas, fatal es la laringitis que ha empezado a molestarme y que acentúa mi ronquera. Uno de los presentes se presenta y presiento lo que quiere… Un vodka. Acerté. Un intercambio de preguntas y respuestas; sus palabras (y las mías ¿por qué no?) son callejuelas oscuras y serpenteantes que desembocan en el mismo lugar, harto conocido. Pero debo hacer mi número (el 69). Nada puede o nada debe distraerme antes de ese momento, que es mi único momento, cuando soy la única que importa, la que mueve las emociones, la que genera el caos en sus pantalones… Seguiré esperando. Sin que nada me perturbe, ni siquiera el ruido de la lluvia que cae sobre la lámina de zinc que sirve de techo al rancho cercano que tiene goteras que caen sobre el pocillo de peltre resbalando por la montaña de enseres de metal viejo y desvencijado y que en su goteo han creado una sinfonía de sonidos persistentes y molestos que han despertado al vecino que grita furibundo y los bebés ahora chillan con insistencia por culpa de él haciendo que la madre indignada le caiga a insultos irrepetibles y que atrajeron a la policía con sus sirenas… ejem… nada de eso me desconcentra… Soy sólo una triste figura de la noche.
Siento la hora muy cerca. Creo que respira detrás de mí. Me estoy poniendo nerviosa, como si fuera la primera vez. Pero de eso hace mucho. Siento húmeda la sien y todos sus múltiplos, tengo taquicardia, las manos me tiemblan. Ya me van a anunciar, como la atracción de la noche. Todos esperan por mí. Me deslizo por entre los presentes que me empiezan a aclamar y a reclamar los que piso. Miro en sus ojos el fulgor que me anima a encaramarme aquí, a gritarles en la cara lo baratos que son, a sugerirles con mi afectada sensualidad cuán vacíos están, cuán pobres son, qué triste espectáculo dan en la noche. Y entre ellos y yo hay una comunión, innoble, bastarda, impía, hereje, ruin y violenta. Fácilmente transitable si eres parte de esta monstruosidad que es la noche y que se convierte en lo que quieres y no aceptas, en tu sórdida fantasía que no contarás a tus nietos. Y desde el escenario, aseveran tu presencia los silbidos socarrones, las proposiciones a gritos, las groserías, los gestos obscenos… ¿y ése quién es? ¿No eres tú mismo? ¿El que le compró un Power Ranger a Ramoncito? Si se le ve la cabeza… al Power Ranger, quiero decir… asoma su azul y plateada cabeza por el bolsillo de la chaqueta… Pero Ramoncito duerme ya, se lo das mañana… el Power Ranger, vuelvo a decir… Porque hoy, yo te haré descender al sótano de la moralidad, a tropezarte con tu obscura verdad, donde no hay vergüenza, ni Ramoncito, ni Power Ranger que valga… Y serás mi esclavo mientras te canto al oído, y te lamo la oreja, y te muerdo el cachete… Y yo seré tu única ansiedad y el único tesoro que querrás aprisionar… para después marcharte, satisfecho, como quien a medianoche resuelve su hambre con una hamburguesa… Y recaerán sobre mí las culpas y los remordimientos, y seré yo quien vuelva a lamentar mi suerte, mientras Ramoncito recibe su Power Ranger azul y plata… El día va a empezar a levantarse. Y yo apenas a acostarme. ¿No te lo dije ya? Soy sólo una triste figura de la noche.

1996

UNO

UNO nunca sabe cuando le va a tocar hacerse el paisa. Ni siquiera paisa de quién. Yo tampoco sabía lo del queso paisa. Ya sabes, que no es un tipo de queso paisa, sino una marca de queso “Paisa”. Pero eso nos paisa a todos. Porque a todos nos gustan los paisajes. ¿No te ha paisado? Bueno, el asunto es que me tocó ese día. El día de los inocentes. Los Santos Inocentes. Pero ¿quiénes son los inocentes? ¿Los que no le hacen daño a nadie? Entonces, no son humanos, por eso son Santos. Santos Inocentes. Porque si no fueran inocentes, no serían tan santos, que digamos. Digamos que ese día era uno cualquiera, sin santos ni inocentes. Me dirigía a donde siempre me dirijo, a donde el director, el que dirige. Me dirigí a él y le pregunté si le gustaban las zanahorias.

DOS meses más tarde, aún recuerdo que no. Que no recuerdo lo que me pasó hace dos meses. Es difícil explicar cuando a uno se le pierde un día de la semana, como si fueran las llaves; éstas, al igual que los días, siempre deberían estar en el mismo sitio, donde las dejamos. Pero a mí ese jueves se me perdió y ya lo relaté en otro cuento, así que no viene al caso. El caso es que ese día no era jueves. Era otro cualquiera, que no era santo ni inocente, ni comí queso paisa. Pero lo recuerdo como si fuera ayer. Tal vez, porque fue ayer, precisamente. Que me empecé a preguntar por qué los días tienen que ser iguales. ¿Por qué los años cambian de número, avanzando, y los días siempre son los mismos?
Siempre volvemos al principio, y eso da la sensación de que no vamos a ningún lado. ¿No?

TRES días después me doy cuenta de ello. Cuando arribamos al domingo, creyendo que hemos llegado al final, vuelve a empezar la cosa igualita. Como si hoy o mañana no importara, como si todo fuera lo mismo, menos nosotros, con nuestras canas, arrugas y achaques. Por lo menos, deberíamos tener el consuelo de que los días fueran diferentes. Llamarlos aunque fuese Lunes1, Martes2, etc. Eso le daría un carácter “humano” y por lo tanto perecedero a nuestra semana, y entonces tendríamos más conciencia de que “el tiempo pasa”. Por ejemplo: “No puedes seguir bebiendo hasta el amanecer. Recuerda que hoy es viernes51. Eso era cuando estábamos en viernes32.” Sería un poco cruel, pero más real, y más decente, definitivamente. Es una idea.

CUATRO veces al día me miro al espejo y le pregunto quién soy. Pero él no me responde, así que lo dejo así, hasta que se me vuelve a ocurrir y lo vuelvo a hacer. Pero el espejo es sólo una parte de mí que se refleja, plana, sin emociones, sin mis rasgos más particulares, que son los de mi carácter, los que precisamente no se ven a simple vista. Pero una simple vista es lo que uno espera de un espejo. No que te lea el pensamiento, ni te adivine las ganas, ni te diga quién es la más bonita del reino. En el reino de la confusión los confusos llevan las de ganar, porque se entienden con ella, se la llevan, se retroalimentan y por eso siguen siendo así, confusos en la confusión. Suena ridículo analizar el caos, es más sensato estudiar el orden y qué lo hace tan perfecto, tan ordenado. ¿No les parece?

29-11-99

EL JUEVES QUE NO VIVÍ

He perdido un día de la semana, que no sé qué lo hice, que no sé dónde está. No sé cuál es el día que me falta (¡tan indistintos son!). Pero hoy no era jueves como creí. Hoy era viernes.

Y yo lo viví como si de un jueves se tratara. Alimenté las esperanzas de los jueves. Tropecé con los recuerdos de otros jueves y hasta hojeé un libro olvidado: “El hombre que fue Jueves”.

¡Y era viernes!

Yo que me sentía como en jueves; pensé como en jueves y hasta planeé el viernes. Pero ese viernes era sábado, y un sábado pensado como viernes no puede resultar.

No se trata de una simple equivocación. A todos nos pasa alguna vez que confundimos los días. Pero esta vez, yo no recuerdo que el jueves haya pasado. Estaba convencida de que era jueves porque mi cuerpo me lo decía, mi cerebro, mi memoria.

No sé qué he hecho estos días, no lo recuerdo. Pero sé que hubo un día que no viví. Que no estuve. Dónde y porqué son cosas que no sé. Pero hubo un día en que no fui yo quien se levantó a lavarse los dientes, si es que realmente me levanté.

¿Será que dormí una noche y un día enteros sin darme cuenta? Pero, ¿cómo averiguarlo si no hay punto de referencia, si los días son idénticos? ¿Y si todos se llamaran jueves? ¿Y si sólo hubiera semanas con miércoles? ¿Qué tal una semana de domingos y otra de martes, para no aburrirnos?

Lo que quiero decir es que el tiempo tiene el nombre que le pongas, porque el tiempo no existe; es como un amigo imaginario que todos tenemos y a quien es muy fácil achacarle cosas.

Tal vez ese jueves que me perdí no valía la pena vivirlo, o lo había vivido antes y lo tenía repetido. Tal vez, ahora me de por estar siempre en jueves. Y a lo mejor me acuerde de qué paso aquel en particular.

A lo mejor, descubro que todos los días son jueves. O que todas las semanas hay un jueves que no se vive, pero sólo inconscientemente. ¿Será que hay más de un jueves?

Pero, en fin, hoy es sábado y ya no importa. Y total, ya hubo un hombre que fue Jueves.-



11-10-97

LA INVOLUCIÓN CON TODO Y ESPECIAS

¿Es que el hombre ha evolucionado? ¿No les parece a ustedes que ha sido al revés? Si tomamos en cuenta las cosas que sabemos comparándolas con las que no sabemos, entendemos que nos falta mucho todavía. Pero si analizamos, por ejemplo, las civilizaciones griegas, egipcias, mayas, con todo el conocimiento que tenían del cosmos (sin ningún pathfinder explorando el espacio que los auxiliara en sus estudios), con sus ideas sobre el hombre y el universo, ¿cómo podríamos negar que eran superiores a nuestra visión actual?

Que en jeroglíficos antiquísimos se halle un diagrama del sistema solar, incluyendo un planeta que fue “descubierto” por nuestra civilización en los años ochentas; que todavía no sepamos a ciencia cierta cómo carrizo se construyeron las pirámides egipcias; que no sepamos cómo las hicieron ni qué demonios significan las líneas de Nazca… ¿no son pruebas más que suficientes que nuestros ancestros sabían más que nosotros?

Con toda la tecnología que tenemos a nuestro alcance, con todos los avances hechos hasta ahora en distintas áreas, todavía quedan espacios en blanco en las páginas de la historia que no podemos explicar. ¿Cómo pudieron calcular los constructores de las pirámides el sitio exacto donde hacer la rendijita por la que, una vez terminado el monumento -muchos años después, por cierto- el sol entraría directamente, no un pelín más allá ni más acá? ¿Cómo sabían los “dibujantes” de Nazca que las líneas no les estaban quedando chuecas? ¿Cómo podían trazarlas tan perfectamente sin verlas desde el aire, que es desde donde se pueden apreciar y comprender qué son (o por lo menos, qué aparentan ser)? ¿Cómo es que los griegos, los egipcios, los mayas, tenían un conocimiento avanzado de astronomía y astrología si no tenían a la mano un telescopio o una Adriana Azzi que los guiara?

La lista es muy larga. Hay tantas cosas que no sabemos y que, al parecer, los antiguos sí, que entonces uno no puede sino pensar que la “evolución” va al revés. No estamos evolucionan nada, sino que vamos pa’ atrás. Cada día somos más ignorantes. Cada día entendemos menos el universo porque cada cosa que la tecnología nos ayuda a descubrir, nos muestra sencillamente que el asunto es mucho más profundo de lo que parece, que lo que acabamos de advertir es sólo el principio de algo mucho mayor que ni siquiera podemos imaginar. Es decir, lo que realmente estamos descubriendo es lo tremendamente brutos que somos.

¿Y por qué será que está teniendo lugar este proceso de involución? ¿Qué hacía a aquellos hombres de la antigüedad dignos de la sabiduría mayor que hoy nos es negada? ¿Será porque en esos viejos tiempos el hombre estaba consciente de su pequeñez? ¿Se sabía él en ese entonces parte del universo y no su amo? ¿Conocía y reverenciaba lo que estaba por encima de él, lo que le sobrepasaba? Tal vez, en esas edades remotas, el hombre era su propio y único instrumento para conectarse con el resto del universo. Tal vez, esa relación, por tanto, era más directa. No existían intermediarios que pudieran “hacer ruido” en la comunicación. Esos intermediarios son lo que hoy representa la tecnología. Instrumentos que tratan de emular esa conexión del hombre con el universo, pero que lo desplazan y lo convierten en el receptor de un mensaje desvirtuado, modificado, atenuado o magnificado, pero en todo caso distinto del original.

Entiéndase: no se trata de ser como los Amish. No es que la modernización sea un anatema. Simplemente, se trata de darle el lugar que le corresponde.

El hombre, en este proceso de involución, ha perdido contacto con su ser interno, con su alma, con su espiritualidad, que es lo que lo conecta directamente con la creación; el vínculo entre él y eso que lo supera y de lo cual forma parte, sin embargo. El hombre ha perdido su capacidad de “religar” con Dios y, en consecuencia, anulado su propio ser divino. ¿Es este ser divino el que tenían “despierto” los antiguos? ¿Era eso lo que les permitía tener una visión más amplia y concreta del universo? ¿Estaba su espíritu más elevado y por ende era un digno receptor de esa sabiduría?

El hecho cierto, es que a través de los años el hombre, a medida que ha avanzado en el conocimiento científico y pragmático, ha bajado peldaños en la sabiduría espiritual; se ha desligado de su interioridad y ha prescindido de los procesos purificadores del alma. Ha perdido su conexión real y lógica con la naturaleza, entorpeciendo su propia evolución.

Entonces, se trata aquí de la involución de las especies, que como resultado del retroceso han devenido en especias. De seguir así, pronto seremos una cuerda de monos viajando por el espacio. Hoy cumplo 35 años. Afortunadamente, no viviré lo suficiente para ver ese día en que la humanidad se pregunte frente a una rueda: ¿y esto para qué sirve?



05-11-2005